Después del fiasco de negocio que me acarreó el inesperado fallecimiento de Bruce Lee, estaba estupefacto porque todos sus “fans” pensaban que era inmortal. Entonces sin mi querido Bruce no me quedaba más remedio que reinventarme. También pasaba de primaria a secundaria o de la EGB al BUP y pensaba que me estaba haciendo mayor. Mi trabajo como caramelero en el cine no traía los frutos deseados y yo no estaba hecho para vivir de asalariado. Mi sueldo de los caramelos no era mi dorado soñado, además cada vez que paseaba por el patio de butacas, algún “noob” y también algún “pro” me dejaba la espinilla marcada por una patada, pero sabía que esos simpáticos individuos que se reían de mí, algún día me la iban a pagar con creces.
Un sábado otoñal de frío invierno, mientras caían las hojas y nevaba, me di un paseo por la laberíntica casa de mi abuela materna, la que ejercíó tan noble oficio de panadera. Me tropecé a mi paso por una enorme habitación en la segunda planta, con unos grandes cajones de cartón. Mi curiosidad hizo que rasgase uno de aquellos cajones para saber qué contenían. Lo que me topé fueron unos cartones rojos rectangulares y alargados que ponían estampado en blanco la palabra Winston. Los mismos venían cubiertos de un papel de celofán, los arañe y rompí su envoltorio, cayendo al suelo multitud de pequeños paquetes que ponían “cigarretes”. Abrí uno de aquellos cubiertos de papel de plata, y aparecieron aquellos pitillos que mordía mi tía Matilde en la taquilla del cine y que al unisono expulsaba con ímpetu, el humo gris amarillento por sus labios. Cada vez que recogía aquel cajón de caramelos que guardábamos en la taquilla; al abrir la puerta de entrada salía una humareda como si estuviese ardiendo un talonario de entradas.
Mi tía Matilde que estaba soltera y vivía en aquella casa de mi abuela «La Astorgana», guardaba en la segunda planta un montón de cajones de aquellos pitillos que fumaba. Muchos cajones, decenas de cajones. En casa La Astorgana había de todo, pero sobremanera harina y parece que siguiéndole de lejos su estela, el siguiente producto más demandado era el tabaco. Esa ingente cantidad de tabaco no era para fumárselo ella, sino para venderlo en la sala de fiestas “Trebol Club”.
Pensaba que ese tabaco lo enviaba Gerardo Martinez, un tío abuelo que teníamos en Cuba, que según contaban hizo fortuna con los negocios de exportación y venia a Cangas con un “haiga”. Pero aquel tabaco no venia de las plantaciones de de Vuelta Abajo, aquel tabaco lo descargaban los contrabandistas gallegos por la puerta de atrás de la panadería, donde estaba el horno viejo.
Pues pensé que como en el vestíbulo del cine cuando vendía caramelos, a la entrada y en los descansos, todo el mundo echaba humo por la boca en aquellos intermedios. Pues nada además de vender caramelos, igual me compran tabaco. Y al final, quién empezó a echar humo por la boca fui yo, creo que empecé a fumar con 14 años cuando comencé el BUP y casi todos mis amigos también. Así que comencé a comerciar con aquel producto colonial, empecé a vender tabaco de contrabando a los conocidos, en poco tiempo me convertí en el estanquero oficial de la calle Dos Amigos. Volvía a resurgir de mis cenizas y el negocio iba viento en popa, vendía tabaco por pitillos a todos los niños de la calle, las niñas no eran buenas clientas a excepción de mi amiga Juani, la LGTBIQ+ que fumaba como un camionero porque le regalaba el producto. Extendí el negocio a otras calles y hasta me compraban los foráneos, recuerdo a un muchacho que decía que su abuelo fue un médico famoso, que me compraba por paquetes para llevar a Oviedo y revender. Se llamaba Lamberto y gracias al Winston americano, etiqueta azul, entablamos una larga amistad.
Eran los años 80 ya estaba en mi década; subí de escalafón desde el paragüero del cine con aquella caja de caramelos; bajé al sótano, a la taquilla de la sala de fiestas donde me sentaba en un taburete muy alto a despachar entradas a través del agujero de una ventanilla.
Era un joven ya no tan adolescente, y tocaba ir al instituto, fumar, beber alcohol, escuchar música y, sobre todo con las hormonas a cien, tocaba ligar con las chicas. Yo estaba en primera línea de combate, al lado de la pista de baile, de los focos y aquellas bolas de espejos que reflejaban miles de colores sobre sobre paredes y suelos. Yo era el hijo del jefe, el hijo pequeño o menor que se había criado en la calle y que de niño su mayor eslogan era la frase: “Mi solo”. El significado de aquel mensaje que repetía constantemente, es que no necesitaba a nadie para sobrevivir, y empecé a soltarlo cuando aún balbuceaba con 3 años de edad, fui un guaje hecho asi mismo (the self made babe). Y con todo lo que había aprendido: mi mejor escuela que fue la calle. Sabía que ahora en mi adolescencia y también en mi juventud lo iba a pasar muy bien, que mola mazo y divertirse mogollón con los pringaos, los empollones, los jefes de las bandas callejeras, los “noob” y los “pro”, los paisanos y paisanas, la xente de LGTBIQ+, los verdes (…) vamos con toda la fauna urbana y también la rural. También era moda la Brillantina donde en el largo de grease bailaban John Travolta y Olivia Newton-John llenos de amor y glamour.
Yo quería ser el rebelde Danny Zuko y volar como un pájaro.
La sala de fiestas “Trebol Club” fue un local donde reinó el pop, el rock and roll, la salsa, la rumba, el pasodoble y hasta la música romántica. También el perfume a “cucho” que decían los pijos de la otra discoteca denominada “El Saloon” que olía a Barón Dandy y alcanfor. La sala de fiestas “Trébol Club” era “La Sala” de los paisanos y paisanas del concejo y la discoteca Salón era “El Club” de los pijos y cayetanas. Claramente “La Sala”ganaba en público y en facturación a “El Club”, primero porque en Cangas éramos mayoritariamente paisanos y segundo, como siempre, los que aparentan tener mucho, suelen ser los que menos tienen. Los pijos no tenían ni una perrona, vivían de las apariencias.
La pista de baile de “La Sala” era una macedonia musical, una salsa donde se mezclaba toda la fruta sonora. Después de la marcha siempre había una pausa para bailar lento, donde las parejas se amarraban, quizás la canción más pinchada desde para marcar el cambio de rapido a lento era “Angie” de los Rolling Stones. También eran famosas las noches de los sábados y domingos con orquestas en vivo, no tocaban como aquellas orquestas americanas el “Mimmie de Moocher” de Cab Calloway, pero las había muy buenas, como la orquesta moscón de Los Archiduques.
En la barra las dos camareras principales no eran jóvenes guapas y con cuerpos impresionantes, sino mís dos tias carnales, ya maduras con “fios” y hermanas de mi madre. Se llamaban Tina que era la esposa del “El Maestro” y Carmina que estaba casada con Jose Florez “El Habanero” en aquella década ya fallecido, pero que había sido un “barnan” que aprendió el oficio en la República Dominicana, también de antiguo regentaba el café El Carmen en la calle Mayor en el que tenían fama sus compuestas, se comentaba que incluso el mafioso Nicky Santoro las había tomado en un casino de La Habana en la época de Batista y antes del golpe revolucionario de Fidel Castro. “Casino” de 1995 fue una película protagonizada por Robert de Niro y Sharon Stone.
Aquella sala del “Trebol Club” la manejaba como un gallo en un gallinero. Mi lema era sexo, no drogas y rock and roll. Como ejercía de dueño del local, las chicas siempre me miraban con admiración, pupila dilatada y brillo en sus ojos, sobre todo, porque era el puto amo y el que más pasta manejaba, gracias al tabaco de contrabando. No nos engañemos ser el jefe a la hora de ligar era un plus, no era un jugador del Atletí Madrid pero casi. Me llovían las pretendientes y tuve que poner un filtro, a las feas les decía que fueran a la cabina a pedir al DJ que pinchara su canción favorita, algunas de ellas verian Zaragoza por primera vez en su vida y otras muchas seguro que también por última vez. Las que eran guapinas y espabiladas, tampoco es que fuera muy escogido, se venían conmigo. Tenía mis principios: guapa, alta y buen tipo. A quién no le gusta un dulce. Sabía que me querían porque pensaban que tenía dinero, aunque no tuviera automóvil, pero si me había comprado una GAC de cicloturismo que me había costado 18.000 pts que pague al contado. Aunque lo importante no es tener dinero, ya que yo era un superviviente, sino que pensaran que lo tienes.
Además de las feas, también huía de las “estrechas” porque según mi amiga de la infancia y que era lesbiana confesa, me decía que las “estrechas” no es que fueran virgenes ni santas, sino que estaban en transición. No sabían todavía si querían carne o pescado, asi que aunque yo fuera Richard Gere y ella una “pretty woman” siempre ibas a tener un no por respuesta. De aquella mis amig@s de LGTBIQ+ no podían lucirse mucho, porque la homofobia era extrema tanto por la derecha como por la izquierda.
Me tengo ligado a tías con novio, mujeres casadas, también separadas pero sobre todo a las solteras en busca de marido. Esas caían como si yo fuera Rodolfo Valentino y con ellas cabalgába como en “Los cuatro jinetes de la apocalypsis”. Y como todo este sexo a cien era a escondidas y clandestino en baños, almacén o en las butacas del cine. Algun “pringao” y “noob” rumoreaba que como no tenía novia era “gay” pero lo que no sabía es que cabalgaba con la suya, que no eran “puta” sino que eran “poliamorosa” concepto que han tenido que pasar 40 años para reconocerlo. Fíjense que ya no hay “estrechas” ni “marinachos” ni “maricones” que son LGTBIQ+ al igual que las “poliamorosas” que ya no son las “calientes” ni las más “putas”. Mucho van a cambiar las relaciones intersexuales en los próximos años.
La masa borreguil, la opinión impúdica, la “xentina” de los burladeros nunca aciertan ninguna y cuánto más rumor infundado esparcen, más inocentes pagarán sus culpas.
En las películas de la mafia siempre habia una favorita, la amante, la amiga o la esposa. Mi Karen Hill, mi amiga preferida era una de las nuestras, una paisana oriunda del concejo de Cangas del Narcea, de un pueblo, del que me guardo su topónimo, en el valle del río del Couto. Era rubia, de ojos azules y un cuerpo maravilloso. Etsa yera la mio vikinga que baxaba los sábados a Cangas, auguas abaxu dende’l Couto al Narcea, al traviés de la ponte de La Riela de Perandones. Hoy aquella muchacha que tanto me gustaba tiene dos fios y nos seguimos hablando. Con su fuerte acento occidental, pelo rubio, «güeyos azules» y su esbelta silueta, cuando atravesaba el pasadizo de entrada de «La Sala», yo veía un travelator como si acabara de aterrizar desde Finlandia o Noruega a bailar y tomar copas a una discoteca de Benidorm, fue uno de los amores de mi vida.
Pero teníamos otros impulsos además de las tías y el rock. Lo que me salvo de caer en las drogas blandas y duras por las que callaron cientos de jóvenes fue el «Cuelmu». Yo fui fundador con otros cuatro compañeros del “Cuelmu Ecoloxista Pésicu”. No éramos ecologistas integristas ni fundamentalistas y odiábamos a los animalistas que son los gilipollas que pululan hoy, mayoritariamente, por los ministerios y consejerias.
El Cuelmu había logrado trasladar la cultura del país y la idiosincrasia de su paisanaje y paisaje a una organización con más de 100 miembros, eso sí y como siempre unos más activos que otros. Defendíamos nuestro país de las agresiones de las elites extractivas empresariales y políticas. Es decir principalmente de las empresas mineras y eléctricas; y también de las políticas medioambientales de socialistas y comunistas, que curiosamente eran los más reaccionarios. La derecha después del franquismo no existía estaban mayoritariamente en el PSOE que era lo más progre y a la vez más “cacique”.
En el Cuelmu hacíamos montañismo, andábamos en bicicleta y aprendíamos mucho sobre nuestra tierra. Teníamos dos escuelas, la oficial donde no nos enseñaban nada sobre nuestros ancestros más cercanos pero si sobre el elefante africano. Y nuestra libre institución de enseñanza era el Cuelmu, aprendíamos geografía, tsingua, botánica, fauna y flora; y sobre todo nos mantenía alejados del “hachis y el caballo”.
Estábamos en contra de la declaración del Parque Natural de Fuentes del Narcea, porque creíamos que el paisano era el jardinero y cuidador que mantenía en equilibrio el sistema de vida y su paisaje. Defendíamos nuestro país Pesgos, nuestros paisanos pésicos y el paisaje de pesicia. Pero el socialcomunismo que reinaba en las consejerias querían regularlo todo para convertirnos en los indios de una reserva, donde primarán más los osos que los paisanos. Y así fue, un cántabro, Guillermo Palomero acompañado de Naves, como conquistadores pretendían extirpar nuestro movimiento, centrándolo todo en el oso. Craso error del que hoy nuestro país está sufriendo sus consecuencias, nos declararon reserva (parque natural) primando la suspervivencia del animal (oso) sobre la del hombre (paisano) y en esas estamos. Aquellos socialistas, comunistas y ecolojetas como Palomero y Naves, están trabajando para las elites extractivas económicas y políticas y nosotros para el zoológico que han montado, siendo los ganaderos y paisanos quién dan sustento a los animales salvajes, siendo desplazados del territorio y despoblandose.
El objetivo final de las elites extractivas es convertir el país en un gran molino de viento, céntrales hidroecticas, lleno de bestias como lobos y osos que dan sustento a los ecolojetas y donde la supervivencia del hombre totalmente abandonado sea realmente complicado. Si nuestras autoridades tratan de terroristas a los paisanos, como deberíamos de calificar a las eléctricas y políticos fundamentalistas y totalitarios. Cuando realmente los que ejercen la violencia son las elites políticas y empresariales, que lo único que pretenden es destruir la forma de vida de un territorio para provecho propio. Con el Parque Natural han exportado el modelo “Yellowstone” a Asturias. Y la Asturias Occidental no es EEUU ni nuestros osos se llaman “Yogui”. Asturias es un país con 1.300 años de historia y EEUU un país mozo de 500 años. Quieren extinguir una cultura, la nuesa por otra que ye una mierda y que la sustituya. Y de ahí derivan todos nuestros males y problemas.